Archivo Dickinson

Archivo Dickinson
María Negroni
La Bestia Equilátera, 2018
Poesía, 88 pp.

por Rubén Sacchi

Emily Dickinson fue, quizás, la poeta más importante de Estados Unidos, compartiendo ese honor con un breve puñado de hombres. Su vida transcurrió prácticamente puertas adentro e incluso ajena al entorno de relaciones de la familia, pero ese ostracismo, quebrado sólo por su abundante correspondencia, era iluminado por una poesía escrita en soledad. La vida y su trascendencia y las vicisitudes del amor fueron tópicos abundantes en sus versos, sin que a su través pudiera conocerse su vida privada, más allá de las especulaciones. Negroni arriesga: “¿Con qué alarido mudo iré al encuentro de quien no pudo ser?”.
La autora aborda una tarea difícil: ponerse en la piel de la poeta a través del Archivo Dickinson, y sale airosa. Su pena de amor describe al mundo como un mar inmenso, donde apagar el fuego quemante del dolor y pone en los labios la zona erógena por excelencia y al cuerpo como límite y refugio de lo íntimo, “una jaula que el deseo engendra, como una herida de la gracia”. Promete “no amar la falta, hasta que la boca esté llena de lo que no fue”.
No descuida la pasión por la botánica que desarrollara la poeta, y exhibe al jardín como una presencia constante. Semejante a un bunker, cual espacio inalterable de resistencia y último bastión. Allí la vida explota “con pasmosa impertinencia”.
Si bien Emily rechazó la consagración religiosa, sus trabajos están impregnados de la contradicción cuerpo-alma, reflejada en el Archivo... donde “la sellada iglesia del cuerpo” pone en juego la “adoctrinada eternidad”, y la muerte, vista como punto final, susurra “No estar sino ir, hacer que las cosas crezcan y se completen con su propia falta”, para agregar: “Nada más ocurre. Apenas unos trazos en la calle efímera y no quedan ni el deseo ni la idea del deseo”.
Estamos frente a un gran trabajo de aproximación a la poeta, a ese universo sórdido donde “hay por ningún lado a donde ir, ningún alfabeto que sirva”, mientras “Dios, en el rincón, reparte premios, globos, cicatrices”.

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