Mamushka zombie mambo



Mamushka zombie mambo
Somáticos, 2014

por Rubén Sacchi

Nada mejor para definir este primer disco de Somáticos que su nombre: Mamushkas..., porque cuando uno encuentra una forma, una imagen que aparenta el todo, sólo debe separarla en dos y dentro encontrará otra. Eso pasa cuando se intenta definir el estilo del grupo, lo más aproximado sería, básicamente, un mix entre Bersuit Vergarabat y la No Smoking Orchestra, que regentea el cineasta Emir Kusturica. Sin embargo, otros aportes transitan esas partituras, desde la cumbia hasta la canzonetta italiana y un dejo de cuarteto cordobés. Una verdadera mezcla que puede reforzar la definición de “orquesta delirante”, con que ellos mismos se califican.
Con una sólida interpretación, los músicos hacen gala de profesionalismo, mientras (se) divierten. Con letras que a veces abordan el mensaje desde una posición cáustica y hasta irónica, intervienen en la realidad que los rodea y en la que están inmersos. Los temas transitan tanto la cuestión socio-ambiental, como en Rompe garpa, o la marginalidad “Te comiste los barrotes y así andás/ explotando desde adentro”. 
Esta verdadera súper banda -cuenta con diez integrantes- incluye diversos instrumentos, como saxos, violín y percusión, que propician una variedad de arreglos interesantes, permitiéndose agregar como invitados algunos otros menos convencionales, tales como djembé y banjo.
Claro que este contenido debía contar con un estuche de lujo. Para ello, lo dejaron en manos de El Sike, artista plástico que supo hacer su trabajo maravillosamente, con una variedad de atractivas muñecas rusas de tinte macabro.
Somáticos son: “Leo San” Sales, en guitarras; Gonzalo Arévalo “Ferré”, en batería; Mauro Freire “El Sensei”, a cargo de saxo barítono, soprano y armónica; Luciana Gabe  se ocupa del saxo alto y José "Jowe" Sterren, saxo tenor; Lucas “Perro Malo” Olloqui, en violín y coros; Emmanuel Barrenechea, en bajo y coros; Carlos “El Beto” Gatto, en coros; Armando Prieto López “El Colombiano”, en percusión y voz, mientras que la voz principal queda en manos de Luciano Fernández.

Mis peores poemas de amor

Mis peores poemas de amor
Karina Macció
Viajera Editorial, 2014
Poesía, 136 pp.

Por Rubén Sacchi

Como en un viejo disco de vinilo, la música tiene dos lados opuestos. Esa música es el amor, donde “la voz es una partitura que se puede/ reproducir/ y yo/ sólo dos/ tonos/ vivir morir”.
El lado A, corresponde al fracaso, al desencanto del fracaso. Es todo derrumbe y naufragio en el que cualquier madero proporciona la sensación de sobrevida; esa tabla a la que se aferra es la adolescencia, lugar mítico de felicidad, si los hay.
El lado B, practica un ejercicio de reclamo y entrega, pide “decí sin afilar/ la voz”, “como si vivir fuera un sentido/ (...)/ como si morir fuera una elección”. Muestra una imagen vampírica de “este corazón amplificado”, desmesurado, al que hay que acallar: “lo lleno de estacas y de cruces”.
Generosa obra musical, obsequia un Bonus track, que aprovecha la minuciosa deconstrucción de Keanu Reeves para adentrarse en cuestiones más filosóficas, como la identidad “la muerte infinita de ser un apellido todos los días” y la comprensión de que “nada tiene un sentido sino un millón”, denunciando la cultura light “pleno de ideales sin ideología”.
Un libro en dos lenguas que se complementan, dos formas de comunicación que plantean la necesidad de explorar otras maneras de decir, quizás sin la palabra.

Blues del desarmadero

Blues del desarmadero
Francisco A. Chiroleu
Lexia Libros, 2009
Poesía, 88 pp.

Por Rubén Sacchi

Un desarmadero de barcos. Triste cuadro donde los otrora imponentes señores del agua esperan resignados el desguace. Como si ese fuera el paisaje dominante, como si lo abarcara todo, ocurren otros desmantelamientos: del amor, de la vida... del país.
Blues del desarmadero habla de pequeñas y sucesivas muertes, donde “Toda la tierra es una tumba”, quizá la mejor imagen para poder conjurar la ausencia de nuestros queridos 30 mil desaparecidos.
En ese lento desprenderse pieza a pieza, en ese devenir del tiempo por “antiguos decretos nunca escritos”, uno siente “Morirse de nostalgia/ poco a poco/bajo el cielo oxidado del suburbio”.
Es un libro de metáforas duras, lacerantes, quizás una sola gran metáfora que deviene una “Hoja de afeitar oxidada/ rasgando los testículos/ de un sueño”, un sueño que estuvo al alcance de la mano, una utopía abortada pero realizable.
Al respecto escribe Rubén Vedovaldi en el prólogo: “haber tenido que seguir sobreviviendo y sobremuriendo”, en consonancia con los versos del autor, quien reflexiona que “Ser joven no garantizaba nada,/ solamente/ que la vida/ pasaría sobre nosotros”.

Me desconozco pero tengo memoria

Me desconozco pero tengo memoria
de Leandro Airaldo
Vera Vera Teatro, calle Vera 108
Viernes de septiembre, 21 hs.
Sábados de octubre y noviembre, 21 hs.

por Rubén Sacchi

Salí del teatro con un blues en mi cabeza. Se trataba de Un blues para Adelina, que compusiera Edelmiro Molinari en 1973 para su grupo, Color Humano. La letra reza: "Y lo peor de todo es que yo también
me siento ambiguo, mama,/ porque sólo palos y besos puedo dar"
, y se condice maravillosamente con la historia. Es que Verónica narra sucesos que parecen claros, pero permanentemente escamotea datos y oculta circunstancias que no permiten garantizar que lo que acontece sea sólo eso. Detrás del relato de la muchacha flota una atmósfera densa y el espectador termina suponiendo infinitas tramas.


Me desconozco pero tengo memoria cuenta la historia de una muchacha que amanece en un bar, tan perdido en la nada como el pueblo que lo contiene. Allí cuenta, a quien quiera oirla, una sórdida historia que incluye toda la opresión y tedio que puede contener la vida pueblerina: una historia familiar machista y un mandato difícil de romper.
La obra tiene dos puntos fuertes fundamentales: el libro y la actuación. El primero es un trabajo preciso, donde el microcosmos, lo pequeño, es cuidado y, más que formar parte del contexto, le da sentido a lo grueso, integra el conflicto. La expresa indeterminación de algunas señales (la protagonista aparentemente llega al bar, pero está descalza y sus zapatos están desparramados por el piso; el llanto del padre que no está al teléfono pero es oído) generan un clima de incertidumbre donde las más dispares conjeturas son válidas.
La representación es excelente, muy buen manejo de la escena y las tensiones en un cuadro estático, donde el interés se vuelve difícil de sostener y queda en manos de un monólogo que incluye sutiles movimientos, precisos y bien aplicados para que el hilo mágico que lo une al público se mantenga tenso pero no se corte.
Otro acierto es el sonido directo y real, la escasa intervención de fuentes que se encuentren fuera de la vista, proporcionando una idea de vacuidad, como si se tratara de un bar fantasma y sólo Verónica viera a sus habitués.
El resto del equipo acompaña adecuadamente la pieza, mostrando un cuidado trabajo en vestuario, escenografía y luces.


Elenco:
Verónica: Sol Rodríguez Seoane


Equipo:

Vestuario: Mary Lopez
Escenografía: Miguel Nigro
Realización de objetos y utilería: Eugenio Fernández Beltrán, Franco Marful, Damián Vargas y Enrique Norberto
Iluminación: Luciana Giacobbe
Diseño: Nadia Estebanez
Música, sonidos en escena: Leandro Airaldo, Sol Rodriguez Seoane
Asistencia, producción y fotografía: Nadia Estebanez
Dramaturgia y dirección: Leandro Airaldo